Escribir en argentino

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¿Por qué escribo en argentino?

A lo largo del tiempo, muchas personas me han preguntado al respecto de esta decisión que tomé al escribir mi primera novela, Jaque Mate. Y la verdad, yo creo que la respuesta es más simple de lo que parece. Pero intentaré explicarme.

Cuando tenía entre diez y quince años, leía todo traducido y no me molestaba para nada. Es más, cuando leía algo en “argentino” me sacaba de quicio porque no era a lo que estaba acostumbrada.

Sin embargo, a medida que iba creciendo, noté mi error.

Para cuando alcancé la mayoría de edad, las lecturas populares ya no me satisfacían y los libros independientes que encontraba me dejaban siempre un gusto agridulce en la boca.

Llegó un punto en el que me cansé de leer que “Percy Jackson es un GILIPOLLAS” o que “John usaba el ordenador”. Me harté de las “cubetas de lodo”, de los dibujos animados doblados y de los “oye, tú” de las series que pasaban en la TV.

Pero el click final lo hice en mi cabeza cuando escuché a un nene de la escuela primaria decirle a su mamá que se había caído de cara al LODO. Y la madre lo miró como pensando “¿lodo?”. Supongo que miraría demasiadas caricaturas traducidas y se le estaría pegando el acento.

¿Por qué me molestó esto? Porque yo no hablo así. Nunca lo he hecho y nunca lo haré. En mi país se habla de otra forma.

Me asusté al pensar en cómo la cultura de mi país se estaba desvaneciendo entre traducciones de obras en otros idiomas y nadie hacía nada para detenerlo (seguramente había gente, pero yo no los conocía).

Aprender sobre otras culturas es interesante, pero se convierte en un problema cuando eso nos hace olvidar quienes somos.

Entiendo y respeto que un mexicano le diga carro a lo que yo llamo auto y que un chileno le diga polera a mis remeras. De hecho, me encanta leer a autores hispanos que muestran estas diferencias lingüísticas en sus obras, pero cuando soy yo quien está en poder de crear un mundo ficticio, quiero que sea como mi mundo.

LAS TRADUCCIONES

Todos alguna vez han visto o leído algo que originalmente ha sido creado en otro idioma.

En su gran mayoría, los estadounidenses imaginan historias que transcurren en su país y hablan con sus propios modismos (que se pierden en la traducción). Mismo con los ingleses, los australianos, los japoneses y todos los autores de cada rincón del mundo. Ellos nos hablan de su cultura, de sus costumbres. Crean personajes que maldicen con sus propias palabras y que usan términos que les son propios.

Cuando vemos o leemos algo que transcurre en USA, seguramente habrá béisbol. Y si miramos animé, veremos tarde o temprano sus festivales y costumbres. Y aunque nosotros en el subtítulo leamos un “maldición”, en el idioma original la puteada es más del estilo “la concha de tu hermana”, pero como en cada país se putea de una forma distinta, se coloca “maldición”.

Les pregunto ahora, ¿quién no ha oído hablar de Halloween y cómo se festeja? ¿Quién no sabe qué es el día de acción de gracias? ¿Qué otaku no sueña con ir a un festival japonés, subir a la torre de Tokio o ver caer las flores de cerezo? Eso es gracias a la influencia que las historias de cada cultura tienen sobre nosotros. Si los creadores de historias de estos países no se esforzaran por difundir su propia cultura, nosotros no sabríamos sobre ella.

Ahora yo pienso, ¿Y con Argentina? ¿No sería hermoso que un lector del otro lado del mundo quisiera venir y bailar tango? ¿O que soñara con recorrer las calles porteñas y los bares notables? Yo creo que sí.

Muchos deportistas acá en USA quieren ir a Brasil para jugar fútbol. Son varios los que hablan de ir a Chile a probar vino. ¿Y Argentina? Argentina tiene que aprender a difundir su cultura porque aunque muchos creamos que  “nos conocen por el tango y el fútbol”, la verdad es que yo le pregunto a todo norteamericano que conozco y me dicen que por tango piensan en Francia y que por fútbol imaginan Brasil.

Y yo creo que hay que hacer algo al respecto.

EN ESPAÑOL

Cuando empecé a escribir en internet, conocí a cientos de colegas que narraban sus novelas con pasión. Pero había dos problemas fundamentales:

PRIMERO: muchos escribían sobre países que jamás habían visitado (USA y UK más que nada). Colocaban descripciones vagas de calles que jamás caminaron y paisajes que solo habían visto en fotos de internet. Y se nota. Se nota mucho la falta de conocimiento, la falta de familiaridad con un paisaje. ¿Por qué no escoger una ciudad de su país o que hayan visitado? ¿Por qué no crear un mundo irreal? ¿Acaso los escritores anglosajones inventan historias que transcurren en Argentina? No, entonces, ¿por qué un argentino debería escribir sobre Nueva York?

No imaginan lo extraño que es leer que el autor “Juan García” (por poner un nombre en español) escribió su novela romántica “AFTER THE RAIN” (título en inglés) en la que “Jodie Jones” y “Michael Johnson” (nombres en inglés) se conocen en “New York” y allí transcurre su romance. Y que el paisaje no salga de las fotos de Times Square y los árboles del Central Park porque el autor jamás pisó la ciudad.

¿Qué le costaba al autor escribir sobre “Carmen” y “José” conociéndose en Santiago de Chile? Seguro que le hubiese quedado mejor porque ya conoce la ciudad, sus calles, su idiosincrasia. Sería un texto más rico.

¿Es un asunto de marketing? “Porque está en inglés y pasa en NY vende más”, ¿o tiene que ver con que Juan García solo consume obras traducidas de autores estadounidenses? No lo sé. Pero he visto incluso a varios escritores latinoamericanos firmar con seudónimos del estilo “Ann H. Hoddy” en vez de poner “Ana Helena Hidalgo” cuando publican sus obras. Quizás vendan más, pero ni siquiera eso lo justifica.

SEGUNDO: los pocos autores que escogían su ciudad/país como escenario, se esforzaban DEMASIADO por hacer el texto en neutro. Y la verdad, es que el neutro no existe (hablaré de ello más adelante).

Sé que cada uno es libre de hacer lo que se les ocurra. Nadie puede prohibirles que escriban sobre lo que quieran y en el escenario que quieran. Pero a mí, esto me molestó como una característica generalizada de la literatura hispana.

No sé de qué países sean ustedes, pero piensen ahora esta escena:

“Mariano se despierta. Se frota los ojos y bosteza antes de abrir la ventana. Mira el paisaje de _______ (ciudad o pueblo en el que ustedes vivan). Se pone de pie y se dirige hacia la puerta, pero a causa del cansancio se golpea el dedo chiquito del pie contra un mueble…”
¿Qué grita Mariano? Seguro que la respuesta variará dependiendo de en qué país vivan ustedes. Para mí, Mariano grita “¡La concha de tu hermana! ¡Mueble de mierda!”

Pero sé que en España dirá otra cosa y en México algo distinto.

Me he encontrado con escritores que sitúan sus novelas (por ejemplo) en pleno Buenos Aires y dicen “maldición” y “falda” en vez de “pollera” como si sus personajes fuesen extranjeros mal doblados. Y sé que quieren llegar a lectores de todo el mundo, pero esa no es la forma.

NEUTRO

¿Qué es el neutro? Nada. No existe una convención universal en la que se diga que un término u otro es neutro. No es lo mismo el “neutro” de España que el “neutro” de México o Colombia. Depende de dónde sea traducido el material, el “neutro” variará. Incluso la RAE hace diferencia entre terminología de uno u otro país.

Entonces, ¿cómo es que algunas personas escriben en neutro?

No lo hacen.

Cuando un escritor dice “yo escribo en neutro” lo que está haciendo es tomar palabras que ha visto/leído en traducciones y ponerlas todas juntas, mezclando lo “neutro” de un país con lo del otro.

Es distinto (y aceptable) si el autor escribe con las particularidades de su residencia, EVITANDO colocar demasiados de los modismos más llamativos del lenguaje hablado. Yo podría escribir en argentino (de vos) sin maldecir en diálogos o evitando elementos típicos de mi cultura que otras personas desconocen. Eso no es neutro.

¿Cuál es el neutro para ropa interior femenina? ¿Bragas? ¿Bombacha? ¿Panties? ¿Chunchos? ¿Calzón? Depende del país. Y si escogen por ejemplo “Calzón” que es la palabra mexicana, luego no pueden ir y en el mismo texto decirle “sujetador” a la parte superior porque esa es la palabra “neutra” de España. En México es “brassier”. Para mí que escribo en argentino es fácil y no tengo que preocuparme por mezclar palabras de otros países. Es corpiño y bombacha. Punto final.

Cuando veo a un escritor de habla hispana mezclar en un mismo párrafo que la mujer tenía un calzón rojo y un sujetador verde, sé que está forzando el lenguaje y que no tiene ni idea de lo que dice.

Pero también está el punto que si a mí me dicen “brassier” en Argentina, no tengo ni la más mínima idea de lo que me hablan. ¿Qué tan neutro es eso? Y cuantas veces he leído sobre “el instituto”, ¿qué es eso? ¿El colegio? ¿La universidad? Sé que es un término que aparece en numerosas traducciones juveniles y que debe ser común en algún país, pero de neutro no tiene un pomo.

El neutro no existe, lo que sucede es que a la hora de TRADUCIR, cada país impregna con sus modismos al original. Y estamos MUY ACOSTUMBRADOS a ciertas traducciones (más que a otras) y por ello nos parecen “neutras”. El “neutro” más común es el colombiano, pero muchas veces nos topamos con traducciones de España, Venezuela, México y Chile que son distintas.
Mismo en inglés. ¿Cuál es el inglés neutro? ¿El de Inglaterra que es el “original”? ¿El de USA que es el “más visto”? Ninguno.

Y de nuevo, entiendo que lo utilicen para llegar a más personas o porque su historia transcurre en un mundo inventado (yo he estado en esa situación), pero sería genial si pudiéramos escapar de la falsa neutralidad de vez en cuando.

MIS HISTORIAS

Con todo lo que ya les he dicho, volvamos a mí caso en particular. La situación era la siguiente:

Las traducciones no me representaban en lo más mínimo.

Los textos escritos en español sobre historias anglosajonas me resultaban vacíos y forzados.

Los textos que transcurrían en países de habla hispana pero que se “esforzaban” por ser neutros, me daban risa por la mezcla de modismos y la incoherencia de ver (por ejemplo) a un chileno diciendo “Oye, tú, cabrón” como si estuviese en España.

No conocía a demasiados autores latinos que hablaran de sus propias culturas en ficción.

¿Qué quería?

Libros que me identificaran, que me dijeran que había magia en todo el mundo y no solo en USA y en UK, libros que hablaran de ciudades fascinantes. Anhelaba textos nuevos que me hicieran descubrir paisajes que desconocía, no solo de Argentina, sino de todo el continente. Pero había muy poco del asunto. Quizás, y solo quizás, era mi turno de hacer un aporte.

Así fue que decidí escribir sobre la magia de mi propia ciudad. Sobre los viejos recovecos porteños con aroma a tango y medialunas, sobre rondas de mate y aventuras extraordinarias que pudiesen suceder a la vuelta de la esquina, cerca.

Así como Harry Potter nos invitaba a recorrer Londres y Percy Jackson le daba magia a Nueva York, yo quería demostrarles a los lectores del mundo que también hay magia en Buenos Aires.

Y soñé.

Soñé con el día en que personas de distintos rincones del mundo decidieran viajar a mi país y desearan aprender sobre su cultura, recorrer sus calles empedradas, pasar por los teatros y asombrarse ante una ciudad que tiene muchísimo que ofrecer.

Soñé que por cada argentino que quiere ir a Japón para ver los cerezos como en el animé hubiese un japonés que quisiera bailar tango en San Telmo; que por cada argentino que quiere ir al Empire States y llegar al Olimpo hubiese un estadounidense que se preguntara cómo se ceba mate; que por cada fan de Harry Potter que fuese a King Cross hubiese un inglés sacando entradas para ver un superclásico de fútbol en Buenos Aires.

Y por eso es que escribo en argentino.

Los ingleses hablan de Underground y los estadunidenses de Subway, y así con muchos términos. De la misma forma que para Latinoamérica la palabra es “falda” y para Argentina es “pollera”.

Ningún británico escribiría “SUBWAY” en su libro para que lo lea más gente y ningún americano le pondría “UNDERGROUND” a una novela que transcurre en Nueva York. De la misma forma, ningún español dejaría de lado el “vosotros” para que lo lean en Sudamérica. No sé si me explico.

De hecho, hace años que he dejado de leer traducciones salvo que no me quede otra opción. Los libros escritos originalmente en inglés, los leo en su idioma original para disfrutar de esos detalles típicos de su escenografía. Y he pasado mucho tiempo leyendo obras de autores de países variados que hablan sobre sus ciudades. 

Yo escribo historias que transcurren en mi país. Yo escribo novelas que muestran cómo vivo yo, con mis costumbres, mi forma de hablar, mis comidas y mis palabras. Yo no escribo de John ni de Catherine en Inglaterra y tampoco lo haré. Yo no maldigo, puteo.

Yo no quiero que mis textos “imiten” el hablar de las traducciones para que sean más de lo mismo o para que “vendan mejor”, así como ningún inglés escribe de “elevator y subway” en sus historias para que lo publiquen en USA.

Y me encanta cuando personas de otros países leen mis historias y me dicen luego “Me puse a ver videos sobre cómo bailar tango” o “Me compré el set de mate, ¿cómo lo cebo?”

También me encanta encontrar textos que transcurren en países hispanos, en Chile y en Venezuela, en Colombia y en México, en España y en cada rincón de habla hispana del mundo. No importa si algunos términos los tengo que buscar porque no los conozco.

Siempre menciono el libro Punto de Quiebre de una autora mexicana que me encanta y que desde que lo leí, muero por conocer los paisajes que describe.

Claro está, también hay críticas.

Nunca faltan los lectores que dicen “así no se entiende nada”  o “queda muy bruto decirle chorro a un ladrón en un diálogo”. También están los que sin saberlo comentan que debería escribir sobre otros lugares y con menos modismos para que me lea más gente.

Me hacen reír, pero no me enojo porque alguna vez, siendo adolescente, yo pensé lo mismo que ellos.

Solo me queda suponer que algún día notarán que su cultura se esfuma entre la globalización y la influencia de otras naciones. Esperemos que no sea demasiado tarde y que todavía puedan rescatar lo que queda de ellos mismos.

Pero esta es nada más que mi opinión.

 

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